Los Suburbios, Eduardo de Gortari, Cuneta (2015)
Mi primer encuentro con la palabra suburbios fue mientras leía la descripción de la serie weeds, en ese momento me parecía extraño que la serie tratara la historia de una mujer de clase alta, la palabra suburbio me sonaba a barrios periféricos, baratos, donde vive quien no puede costear la ciudad. En cambio, se trataba de mega proyectos inmobiliarios que buscaban reproducir la vida urbana en un lugar seguro y con mejor calidad de vida. Pienso en las maquetas que alguna vez fueron esos suburbios, con calles perfectas, palmeras, plazas y autos 4×4 en miniatura. Pero el paraíso prometido no se logra, no solo por el robo hormiga y ahorro de costos propio de las empresas constructoras, sino que también porque perdemos una vez más frente a la ilusión de algo totalmente nuevo que nos va a solucionar la vida.
Al ver uno de estos proyectos terminados, sentimos que falta algo en ellos, un proceso vital un poco de imperfección en la que nos podamos sentir cómodos. Luego que el suburbio es habitado, se vuelve insostenible la maqueta, con la gente llega el comercio, las calles se ensucian, las casas fallan, los habitantes comienzan a apropiarse de un lugar que no tiene que ver con ellos. Al final, queda lo peor de la maqueta, su homogeneidad es amenazada por adentro y por fuera. El mismo paisaje de la zona guerrea con él, la maleza crece entre las grietas del pavimento.
La novela podría haber sido así, como un suburbio, sin proceso vital, una construcción de la memoria en la periferia del presente- en chile encontramos muchos ejemplos- pero como habitar ese espacio sin incomodidad. De esto se da cuenta el autor a tiempo, quien constantemente devela el proceso creativo, fijando el ángulo de narración más allá de la maqueta, mostrando los procesos materiales y corruptos en la construcción de cualquier relato, evidenciando – forzando la metáfora – como la ciudad completa se ve afectada, la propia vida que termina por apropiarse de esa nueva estructura sin borrar las llagas de la ilusión fracasada, que necesita de un nuevo proyecto para ser alimentada. La novela no tiene la obsolescencia de un suburbio, por lo tanto funciona como un método para purgar la experiencia real o no de haber vivido en uno.
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Diario de lectura: Llego de un tirón a la página 152, en la siguiente, la portada adquiere sentido junto con la sensación que arrastraba lo leído, hasta ahí, no me había dado cuenta que no tenía numeración, todo esto junto es una explosión de significado: Los suburbios da cuenta, entre otras cosas, sobre la posibilidad de hacer propio cualquier relato que muestre las costuras, es decir, para este caso: que devela el método para no hacer diferencias entre ficción y realidad. Estos dos planos son atravesados por un chevy que avanza recto en una pista infinita generando ondas de sentido hacia el pasado, al futuro de ida y vuelta. Mostrándonos un lugar ajeno a la norma de vivir solo conociendo el presente y un poco del pasado.
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La novela, separada por niveles como un videojuego, permite una fragmentación de los planos temporales, al mismo tiempo que nos da la posibilidad de leer los niveles secretos, extras y numerados por separado conformando tres historias independientes pero que se montan. Está escrita por capas, lo que demuestra la pericia del autor y le permite al lector decidir qué tan profundo quiere entrar en Los suburbios. Esta misma atmósfera de videojuego desdibuja los límites entre el protagonista y el lector, las calles del condominio transmutan realmente en una arena de juego, incluso, los sucesos violentos parecen ser irrelevantes, como si siempre quedara una vida, o uno pudiera volver a intentarlo, ahora que lo pienso, muere un amigo, casi otro, quizá la evolución del personaje pase por entender que no siempre se puede volver a empezar, que existen cosas definitivas.
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Diario de lectura 2: “La dificultad depende de su región global y de su estrato socioeconómico. Por desgracia, al empezar una partida usted no puede elegir que tan difícil será.” esta idea de la vida como juego, me lleva a pensar en los finales posibles de un juego. Cuando de niño uno va ganando se siente bien, por el otro lado cuando se pierde se reacciona de una manera que va más allá del juego: usar un objeto contundente en vez de un almohada en la guerra de almohadas, usar un garabato mientras se trampea en broma con un mayor: algo se interrumpe. un otro te reprime, la risa y euforia del juego se cambian por culpa y angustia, se ausenta el hogar. Jugar es algo serio, se pone a prueba la posibilidad de manejarse dentro de un marco, da seguridad. Ese otro es una regla que te limita pero que te gusta complacer. Por eso, no me parece azaroso que el protagonista termine siendo programador, enganchado a tal punto con el juego, que decide crearlo, lo que es en cierta medida mantenerse fuera de él.
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Por ultimo, quiero hablar de Mary. El libro avanza, el auto avanza, todas las misiones, peripecias con los amigos y familias se suceden en un telón de fondo, pero hay un tesis en el libro: mientras haya un copiloto, un socio en el juego, todo lo demás se puede resolver. Es la diferencia entre jugar contra la máquina o en multi jugador, pero en este caso, el recurso es interesante, Mary un personaje autómata, puesto ahí por el programador como si fuera un bot, cumple la función de subvertir el abandono, nos permite recordar que el motivo último de la ficción, de la escritura y de volver sobre el pasado es la insatisfacción.
Gaspar Peñaloza