El suspiro del que conoce

PORTADA-44-CANCIONES-REALISTAS

44 canciones realistas, por Carlos Henrickson

Libros del Pez Espiral, Colección Pez Espada,  2015.

 

El frío del acero brilla sobre los cuerpos húmedos y atrincherados; templa el tono de las voces, acompasa las rutinas dibujadas en el frente. Creció como una negación fundacional esta guerra aquí jocosamente sugerida, hasta que terminó su larga broma en un generalizado silencio y acato, desprecio a quien quisiese volver a oír. “Poética bajo fuego” inaugura así el libro, con el ánimo del informante que, estancado en la trinchera, escribe reportes de guerra para una población que insiste en celebrar una trasnochada fiesta de la paz; el informante es antípoda del Hölderlin que vio en el Tratado de Lunéville “los días de bondad segura y sin temor”. No hay espacio ya para tales expectativas: imposible considerarlas con los ojos abiertos a las novedades del frente.

Las canciones se hacen cargo de un habla atropellada por el frío de la trinchera inútil, dada una guerra que nadie parece percibir, y que de tan ausente se resuelve en una dolorosa risotada. Los poemas se escriben en una lengua que nombra el conflicto por el miedo y por la burla feroz; cada uno es un largo aliento de versos encabalgados y nerviosos, que pierden autonomía en pos de un conjunto desbandado en ácido lirismo. Los versos más pesados, los menos felices, en más de una ocasión hacen posible que el poema surja como un todo vívido y sagaz. Incluso en los momentos débiles, es posible encontrar un estilo firmemente asentado. Destaca en esta obra su atormentada armonía, cada poema entonando una nota única.

Se prescinde completamente de la estrofa, como si radicase en esa ausencia la denuncia de lo apremiante de los tiempos. Irónicamente, el oficio del informante fue forjado en el acero tirano. De esta pugna nace su herida, de allí la ironía característica, “el vehículo de sus estocadas”, en palabras de Juan Pablo Pereira. Es entonces la guerra, como condición de vida y de escritura, un estado ampliado a todos los ámbitos de la existencia, y que lleva en sí la necesidad de un registro que por su atribulado origen deviene en ironía mordaz. La biografía es trinchera.

El epígrafe de Nietzsche (fragmento 248 de “La gaya ciencia”) da cuenta de esta compulsión al hacer patente la limitación de la propia obra, ¿qué importancia puede tener un libro que no nos lleva más allá de todos los libros? Bien dice Foerster al señalar que estas canciones “vislumbran distintas zonas del mundo, que en un principio, no parecen emparentadas”, pero que tienen a la literatura como denominador común, a la literatura como manera de conocer y, en última instancia, de apropiar. El fragmento 249 de “La gaya ciencia” refiere “el suspiro del que conoce”, la pretensión de quien aspira a hacer suyo un pasado probable a través de múltiples seres “como a través de sus propios ojos (…) como con sus propias manos”, y es allí en donde se fundamenta la aparente diseminación de los temas, géneros y personajes (Allende, Abraham, el mismo Nietzsche, etc.) del poemario, en esa codicia angustiante, fundada en un mismo suspiro y tono.

En este sentido se define el realismo, y así se expresa, quizás, en el poema “Pequeña canción realista”: “Las manos toman, las manos dejan/caer cosas, para que otras manos/las tomen”; el conglomerado de cosas que se quieren hacer propias, un pasado y un presente que se quiere visibilizar, bajo el anacronismo terrible de las “estatuas marmóreas”, símbolos de una carga histórica que paraliza. Es un quehacer que se nos revela imposible de sobrellevar, una desvinculación primordial con la materia. El realismo es la codicia que busca dar cuenta de una realidad a partir de una experiencia que se figura como propia incluso en lo múltiple, “un sí mismo que apetece todo”. El adjetivo de “realistas” es, pues, una broma pesada, o una tentativa que tiene por cierta la cercanía del fracaso: “Vivimos en la victoria, cantamos toda la noche,/en torno a fogatitas armadas/con papel impreso.” Se reconoce así la labor que indicara Marchant: “establecer la catástrofe como catástrofe”, la guerra como tal, abrir los ojos frente a “la parálisis de la historia de Chile”, para luego dudar, ya desde el primer poema, de tal tarea, y reír de lo fútil del intento.

El poemario es en sí mismo una dificultad de escribir el pasado y, por tanto, de escribir el presente. Su búsqueda perpetrada a titubeos, asemeja la escena del tartamudo en la película “El Espejo”: frente a la pregunta por el hogar, se balbucea el lugar de origen.

 

por Rafael Cuevas Bravo

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