Catorce sobresaltos de un pulso

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Antología Al pulso de la letra 2015, VV.AA.
Taller de escritura poética emergente
Impartido por Cristian Foerster y Lucas Costa

He desistido del intento de realizar un comentario individual para cada autor, torpe primera intención de este texto. Los dos párrafos por nombre eran especialmente gratos a la propia exploración, mas no a la economía y a los ojos del lector. De todas formas, hay que admitir que el centro de cada taller radica en un ceder comunitario, potestad que de tan entregada vive por sí misma en la congregación, más allá de los individuos. Dicho esto, que los detalles omitidos en cada caso hablen a través de su ausencia, quizás como eco del espacio común que en algún momento estos nombres habitaron.

La antología abarca, como es de esperar, diversos registros. Inicia con  “Niños elegidos” de Roberto D. Maldonado y “Placa Madre” de Tomás Morales. El primero es un conjunto de poemas azorados por un imaginario ciberpunk, donde la distopía surge como la tensión entre tecnología y producción artesanal, avasalladora hasta el punto que los poemas mismos son torrentosos, fiel reflejo de la náusea oficiada por la hiperconexión, “la chatarra comienza a echar raíces.” Entre esta devastación, los protagonistas de los poemas, MEGUMI, ADOLFO y PET, son a la vez figuras que no contrastan con el mundo que habitan: todo protagonista es una víctima de su mundo. Así, en los shonen, como síntoma inequívoco de la adolescencia, todos los protagonistas están condenados a avanzar. La tensión radica en esa incapacidad primordial que debe ser superada. Asimismo sucede en “Placa madre”, donde el propio cuerpo es una zona fronteriza entre dos mundos. El videojuego es el mejor amigo del hombre, pero también el reencuentro ominoso consigo mismo: “este puede ser mi esqueleto/ o el de un coloso/ con ganas de entrar en combate.” Nos recuerda Morales en un epígrafe de Carrera: “un yo devaluado/donde pasan superyoes”, que a través de la sumisión es posible la multiplicación de las experiencias en el mundo virtual. Los poemas son reflejo de esta devaluación: expresión llana, respeto de cada mundo que se explora, sea el juego de rol o la simulación de citas.

En una línea temática similar, aunque sin la jubilosa entrega de Morales, podemos encontrar a Claudio Cornejo, con “Nomen Nescio”, Felipe Muñoz, con “Copia Barata” y a Joaquín Manríquez, con “Anulación parcial”. “Nomen Nescio” es  la pérdida del nombre como etapa final de un proceso de degradación del ser humano: “cada hombre es posibilidad de ser trasplante, alimento o utensilio cotidiano. Somos reservorios perecederos de infinitas vías de salvación orgánica.” La persona es posibilidad de existencia para un incontable y anónimo consumidor, que es su vez pérdida de sí, en su organismo otro: “Sangro por venas ajenas/siendo en este montón de carne/sin sentido humano.” Llegamos a ser el lugar donde mejor se manifiesta la reproductibilidad de todo. Así nos lo recuerda Muñoz: “La mirada se forma según materiales/de fabricación”, que se ha detenido en la copia y en su adquisición, como si tuviese la certeza de que la materia que nos rodea determina nuestro vivir, hasta llegar al poema: “Escribir el poema al reverso de una caja./ en su interior algún juguete indecente/ alguna copia mal hecha con colores desparramados.” Son sus poemas el consuelo de este “casi héroe”, sea el niño vestido con la polera pirata de algún equipo de fútbol, o bien aquel que disfruta de un estreno a luca grabado desde el cine. Por su parte, en  “Anulación Parcial” la posibilidad del yo duplicado vuelve a expresarse en la forma del cuerpo hermanado con la máquina: “suave pulsión de engranajes/tensan el ligamento artificial”. La idea del conjunto quizás pueda resumirse en estos verso, del poema “Menos”: “la pérdida del ser se desahoga despacio/ los restos de la suma nefasta no cuadra”. Es común a los tres autores una suerte de distancia referencial, una impersonalidad adoptada como para la descripción de un mecanismo. Curiosamente, “Parida y caminante”, de Nicole Tapia, parece compartir, en su acercamiento a la fecundación desde la personificación de sus elementos, este apropiarse de cierta rigidez maquinal en el organismo y en el verso. Escribe en “Fabricación”: “Llegué con la vértebra invertida// El pestañeo rastreó la habitación”, para culminar una serie de poemas dedicados a relaciones entre gametos.

En la antología hay también registros de una intimidad menos industrial, de una mayor plasticidad emocional. Es el caso de “Umbral lunático”, de Rocío Funes. Aquí habita la locura en una proximidad que, desde el primer poema, “Al espejo”, se encarna en el yo, como principio y testigo del mal. El afuera se retuerce y niega toda cordura; el adentro es inhabitable: “el aire se anula de pánico”. “Huéspedes”, de Diego Zamora, se cuestiona la ambivalencia del habitar en un sentido similar: en “Contacto” la comunicación es incesante, aunque no sea nunca plenamente establecida. Así, la incomodidad del habitar parece asociada al silencio de latas de conserva ordenadas, como “el producto perecible de nuestro plástico hospedaje.” Tanto en su caso como en el de “Deámbulo”, de Joan Cornejo, parece prestarse especial atención al entorno inmediato, a las contemplaciones de distancias cortas. Escribe Cornejo: “Nada está aquí o allá realmente/ las habitaciones nunca son las mismas/ los cuadros pueden dar fe”. Del mismo modo, en “Adorno” la persona misma parece transformarse en los ornamentos de algún living. Hay en todos los casos un continuo entre los sujetos y el mundo, una intimidad hecha a la medida de formas exteriores o en tensión con ellas. Así, Camilo Zanetti, en “Comandas”, se apropia de las comandas y de las mesas del “Bar Berri” para reflexionar sobre el yo mediado por el entorno laboral: “El trabajo sirve/ para algo más que pagar” Es suya una poética declarada en la circulación material de lo escrito, donde solo entonces se da un “lenguaje inconcluso”, de corta vida útil. Esta poesía en tensión con la precariedad es una idea que Gonzalo Martínez, en “Manos Frías”, ensaya a lo largo de todos sus poemas. El constante intento de testimoniar la marginalidad es, a su vez, la creciente confirmación de que “el frío en estos poemas es artificial”, quizás tanto como los marginados que “deben estar en los museos.”

La antología concluye reafirmando la feliz heterogeneidad de las voces que la componen. En primer lugar, Eder Contreras con “Momento Cartesiano” hace del humor la vía para desenfadarse con lo enorme, aunar el vértigo de la inmensidad universal con la existencia en su sentido más cotidiano. En el primero de los tres “Testimonios de existencia” se nos dice: “De todas formas/ la pomada de existir/ es algo de hace mucho rato.” En esta línea,  “Inductivo” nos indica un procedimiento  donde se sopesa el absurdo desde lo particular, una exploración de las distancias a partir de la lógica. La mirada como revelación de la profundidad del mundo, con sus relaciones en la distancia, es una idea que Francisca Espinosa  trabaja en “Telescopio” más allá de los razonamientos que ensaya Contreras. Nos dice Espinosa: “La vida en su mínima expresión/ no son pixeles que forman una imagen.” La contradicción entre el incesante ejercicio microscópico de los poemas y el título del conjunto se explica como una declaración: todo es propenso a ser explorado como totalidad y fragmento. Quizás es esta la dificultad que nos ofrece, también, la lectura de toda antología. Un particular juego de las distancias, donde cada poema, conjunto y nombre parece exigir su atenta mirada como centro ordenador. La antología del año 2015 de «Al pulso de la letra» ofrece el equilibrio justo entre diversidad y tensiones que, a lo largo de la lectura, se terminan por volver comunes. Se ha dicho que un día hermoso ofrece variedad de cantos, si bien reflejen todos la naturaleza de la cual proceden. Creo que esta recopilación prefigura una procedencia, que no por difusa es menos decidora.

Rafael Cuevas

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