Álbumes que nunca completamos

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Camarote, por Nicolás Meneses

Ediciones Balmaceda Arte Joven. Santiago de Chile, 2015

“Camarote” es un libro de la errancia representada en dos hermanos y en su pueblo. Imágenes de un poblado que tiene como pilares la llegada y el asentar aparente. Rodrigo Hidalgo nos dice en la contratapa: “el olor a tierra mojada de un suburbio previo al imperio del cemento, donde aún es posible robarse las frutas de la parcela vecina”, pero el suburbio es necesariamente deudor de la ciudad, del centro frente al cual se constituye como suburbio. Es así que Linderos tiene, paradójicamente, su origen en Santiago, en una figura de autoridad ajena al habitante del territorio. Replico los términos que usa Meneses en el mejor poema del libro: Linderos es un nombre inventado, poblado, sembrado y bautizado, completamente ajeno a su propio nacimiento. Los hermanos protagonistas son un reflejo de esa soledad, de ese exilio fundamental dado por el nacer. El pueblo es ante todo un rastro del desplazamiento y de los desplazados, un vivir afuera de, un habitar ese margen como distancia, con pies nunca puestos definitivamente sobre la tierra.

La ausencia de los padres (también la ausencia de una tierra para sentir propia, figura materna) expresa la obligación del viaje. El nomadismo es una condición dada por la orfandad, no tanto desprendimiento como búsqueda, y de él hay evidencias a lo largo del poemario: desde la mención literal de la palabra, pasando por la esporádica y misteriosa aparición de la casa rodante, hasta el hermano menor observando en los automóviles de la carretera al hermano ausente y, claro, también la posibilidad del propio viaje. La orfandad se relaciona íntimamente con el desplazamiento, así como en la novela de Gorki “Días de infancia”, la muerte del padre anula a la madre como figura y acerca al niño a su abuela. Este inesperado fallecimiento obliga a un viaje por el Volga hacia la casa del abuelo, la próxima figura paterna, y es fundamental en tanto aúna la muerte del hermano pequeño (Máximo, de quien Gorki tomará el nombre), el primer acercamiento entre nieto y abuela dado por el camarote, y las toscas maneras de los marineros, que son un preanuncio de gran parte de las figuras masculinas en el resto del libro. “Camarote” comenta y amplía, sin quererlo, los primeros capítulos de “Días de infancia”. Mientras Meneses ve en la carretera la ausencia del hermano y de los padres, Gorki lo hace en el Volga, con un hermano y un padre muerto.

El título de la primera sección del libro, “Programa piloto” responde a la experiencia visual del poemario, a la influencia de la televisión en las formas de expresión. Pero también da cuenta de un estado preliminar, de prueba, de vida aún no comenzada, infancia como introducción al dolor de un país entero y, a la vez, culminación de un proceso político que se desconoce; los hermanos son, como dice Jaime Pinos, “los hijos del país ganador, esa ficción, esa soledad”. Sintomática es la “Canción del camarote”, el hermano mayor temeroso de la altura de la cama, los pies que firmemente caen sobre la alfombra, la infancia precipitándose hacia una certeza que no es tal.  Niño exhausto por haber asumido la paródica posición de pater, el hombre de la casa, el padre de familia (el abuelo de “Días de infancia”) delimitado por la cultura dictatorial y reafirmado por la transición. Hombre disminuido que está  prefigurado en el niño empujado hacia esa adultez.

El protagonismo se juega en un plano ajeno al de los personajes, las decisiones ya están tomadas, Linderos ya está fundado, hay una soledad concertada hace mucho. Y lo que queda no es tanto esencia como diferenciación negativa; en su crítica al libro, Patricio Contreras dice: “(Nicolás Meneses) nos cuenta que Buin no es Santiago”. Poco más puede decirse de los hermanos, o del territorio descrito. “Camarote” funciona muchísimo mejor como retrato de un margen difuso que como postal conmovedora de la relación entre dos hermanos y su abuela, que es un aspecto destacado por todos los que han escrito respecto al libro. En ese sentido es que afirmamos que lo escueto de cada frase potencia, a partir de lo no dicho, la idea de una marginalidad que tiene como esencia el “no ser”, antes que la belleza de las imágenes afectivas. Lo más débil del poemario está en lo meramente anecdótico, en la conformación de intimidad a partir de situaciones complacientes con una experiencia infantil en particular, y que resultan ineficaces al momento de reflejar las relaciones familiares y el protagonismo del entorno. Poco más que una seguidilla de escenas claramente identificables con la infancia y con nuestra generación. El estilo, a pesar de su aparente objetividad suele ser inestable: no se resiste a indagar por momentos en un lirismo caprichoso y poco feliz, que resulta ser evidencia de una voz que no se basta a sí misma para la representación de los hechos. Quizás la sección más deslucida del libro es la segunda, “A través del espejo”, que cae en los aspectos más débiles del estilo de Meneses: la prosa poética, por un lado, muchas veces sobrecargada,  y por el otro, la anécdota que tiene en gran parte a la televisión como centro. Ambos matices se retroalimentan; por un lado el relato referencial en torno a la pantalla y, por otro, imágenes del barrio transmitidas “a través del espejo” televisivo, deformadas por el ornamento. En ninguno de los dos casos se logra alcanzar la serenidad cruel de la voz infantil, que es propia de los mejores momentos del libro, tanto en su expresión narrativa como en el poema final, que bebe de la misma inteligencia en el uso de recursos. Este estilo funciona para retratar la pavorosa medianía de una existencia no empujada a la violencia extrema (al contrario de la novela de Gorki), pero que se sumerge en una cotidianeidad fragmentada y errante, insípida. En cambio, el estilo falla al delinear escenarios y personajes, al intentar nutrir de relevancia a ciertos fragmentos. “Camarote” es, con todo, un libro que invita a pensar la posición de cierta generación respecto a la continuación de la dictadura, la renombrada, el neoliberalismo sin Golpe a la vista, difuminado por una desvinculación temporal esencial, que solo puede sobrellevarse con la madurez; es este el retrato de las ruinas, de las siluetas que surgen cuando el polvo se disipa.

Por Rafael Cuevas Bravo

¿Por qué se vienen a morir los pájaros?

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Trinaje, Carmen Martin, Editorial Cuneta, 2013.

“Todo nacimiento es una forma de extrema resistencia”

Carmen Martin

Encontrarme con este poemario fue un juego de “casualidades”, que más bien desde mi escepticismo llamaría causalidades del todo. Mientras en una librería amiga revisaba el sector de “editoriales independientes” tomo Trinaje, rasgo el plástico (se encontraba cerrado al vacío) y lo ojeo a la rápida mientras noto que entran turistas argentinos. Le digo al dueño: “tiene un aire a Pizarnik”, (una idea vaga, construida desde la fotografía que presenta a Carmen Martin y una especie de burla, aludiendo a quienes llegaron apresurados por comprar) ante aquello saltan todos los visitantes extasiados por el apellido mencionado y por la llamativa portada a la cual nos acostumbra esta editorial. Me piden leerlo, algunos intentan comprarlo, pero al ser el último no transo, les hablo de otros autores, junto al dueño de la librería les vendemos algo de Vicente Huidobro, Elvira Hernández y  Armando Uribe. Sé que con aquellas ventas gano descuento en mi compra, lo pago y me voy.  

Ahora viene la causalidad: leo y siento ciertos atisbos a la argentina mencionada, luego recuerdo y encuentro un punto de unión entre ambas: La carencia, poema de Alejandra Pizarnik: “Yo no sé de pájaros,/ no conozco la historia del fuego./ Pero creo que mi soledad debería tener alas.”

Trinaje es el sonido de la autora ante un proceso de (re)descubrimiento, creación y composición de sí misma, aunque a diferencia de Pizarnik, la soledad y evolución del estado de Martin no necesita de alas, pues el movimiento es otorgado por el ritmo de las aves, su trinar y la danza que en algún punto la llega a fracturar.

El ambiente le es difuso, pues quizás se originan a la par, mutan en conjunto y lo único reconocible en el paisaje es el canto de los pájaros. Carmen Martin da con lujos de detalles las aristas del proceso mismo, de “niña” hasta “mujer” y viceversa. Es Tomás Harris quien declara: Es, apenas niña, bruja, sacerdotisa, puta sagrada, hija violada, súcubo condenado desde su condición”  y son estos los estados en los que encontramos a la autora desenvolverse cabalmente durante el desarrollo de sus poemas, obviamente en pos de la transmutación.

El libro se divide en tres partes, Contradanza: compuesto de nueve poemas que vislumbran un curso y trayecto indefinido pero que busca ser observado, Sisalia, catorce poemas que relatan sin necesariamente narrar lo sucedido y Niñas rotas, un juego de situación e instrucciones que destaca en demasía.

Podríamos pensar que Carmen Martin en este poemario, sin miedo a ser polluelo y no saber aletear aún, se lanza del árbol al vacío y emprende vuelo de manera magnánima. Pero no, en realidad ella siempre tuvo al ave en sus manos, esperando a permitirle el vuelvo a su gusto y controlando su trinar, o quizás, no lo suelta debido al miedo a ver morir a ese pájaro, sentirse perdida y desaparecer. Cierro con lo que ella menciona:

“y el pájaro cae

como una tijera se cierra

o una piedra en la cama así cae

y yo

me diluyo.”

Por Ítalo Rivera.

El lugar vacío luego

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Los Bigotes de Mustafá, por Jaime Pinos

Libros La calabaza del diablo, Ediciones Caligrafía Azul Ltda: 1997.

    Si quisiéramos leer esta novela o cualquier otra como una mezcla de soluto y solvente, donde el soluto es la idea, la experiencia, una propuesta discursiva particular, aquello que a fin de cuenta motiva la escritura. El solvente, todas las peripecias, recursos, soluciones que exige el proceso de escritura, que diluye, amplifica vuelve homogénea esa materia prima la sitúa a merced del lector. Podríamos decir que los Bigotes de Mustafá es una novela única, no me refiero a mejor que otras, no es mi intención valorar en esos términos, más bien, a que es una novela que no podría escribirse de nuevo.

No podría escribirse de nuevo porque su soluto es fiero, consiste en un cúmulo de experiencias de un grupo de amigos, presentadas como autobiográficas y desarrolladas a partir de una libreta de notas. Es un trabajo constante y tranquilo de documentación del día a día, sin ansiedad, sin querer hacer aparecer una novela de la nada y sostenerla a través de un estilo impostado y nostálgico. El estilo de la novela está dado por la vivencia, por la necesidad de evocar aquella oralidad que marca los momentos que cobijan en un país erosionado por la dictadura. Esa es la otra parte del soluto, la confusión a boca de jarro en que se encuentra el país cercano al plebiscito. Estos procesos inversos del fin de una dictadura y el comienzo de la juventud de los personajes, (los jóvenes tienen casi la misma edad que el gobierno) es una contracorriente que permite sentir valor y horror a la vez. Como no se me ocurre que más decir cito a Juarroz:

Empujar el parpadeo de lo que se sabe

como el niño empuja su juguete hasta el borde de la mesa

y lo deja caer sin porqué,

quizá para jugar con su lugar vacío.

El personaje escritor de la novela narra como ha empezado muchas novelas pero esta es la que realmente va a terminar, empuja lo que sabe porque lo sabe, tal como dice Juarroz, lo que conoce hasta acabar el sustrato, hasta poder dejar el escritorio limpio de toda la vivencia significativa, lo que sea materia de goce, aquel momento al que se quiere retornar para poder volver a jugar con ese lugar vacío.

Diario de lectura: Probablemente William Carlos Williams no se refería a esto cuando dijo la realidad es la medida, pero en un momento al escriba le regalan una libreta para que tome notas  sobre el grupo, sin pensar que sería alguna vez una novela, lo que cabe en esa libreta es la realidad, lo que el lenguaje puede realizar con pericia en ese espacio es la realidad, aquello que se enfrenta y toma forma.

Gaspar Peñaloza