Catorce sobresaltos de un pulso

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Antología Al pulso de la letra 2015, VV.AA.
Taller de escritura poética emergente
Impartido por Cristian Foerster y Lucas Costa

He desistido del intento de realizar un comentario individual para cada autor, torpe primera intención de este texto. Los dos párrafos por nombre eran especialmente gratos a la propia exploración, mas no a la economía y a los ojos del lector. De todas formas, hay que admitir que el centro de cada taller radica en un ceder comunitario, potestad que de tan entregada vive por sí misma en la congregación, más allá de los individuos. Dicho esto, que los detalles omitidos en cada caso hablen a través de su ausencia, quizás como eco del espacio común que en algún momento estos nombres habitaron.

La antología abarca, como es de esperar, diversos registros. Inicia con  “Niños elegidos” de Roberto D. Maldonado y “Placa Madre” de Tomás Morales. El primero es un conjunto de poemas azorados por un imaginario ciberpunk, donde la distopía surge como la tensión entre tecnología y producción artesanal, avasalladora hasta el punto que los poemas mismos son torrentosos, fiel reflejo de la náusea oficiada por la hiperconexión, “la chatarra comienza a echar raíces.” Entre esta devastación, los protagonistas de los poemas, MEGUMI, ADOLFO y PET, son a la vez figuras que no contrastan con el mundo que habitan: todo protagonista es una víctima de su mundo. Así, en los shonen, como síntoma inequívoco de la adolescencia, todos los protagonistas están condenados a avanzar. La tensión radica en esa incapacidad primordial que debe ser superada. Asimismo sucede en “Placa madre”, donde el propio cuerpo es una zona fronteriza entre dos mundos. El videojuego es el mejor amigo del hombre, pero también el reencuentro ominoso consigo mismo: “este puede ser mi esqueleto/ o el de un coloso/ con ganas de entrar en combate.” Nos recuerda Morales en un epígrafe de Carrera: “un yo devaluado/donde pasan superyoes”, que a través de la sumisión es posible la multiplicación de las experiencias en el mundo virtual. Los poemas son reflejo de esta devaluación: expresión llana, respeto de cada mundo que se explora, sea el juego de rol o la simulación de citas.

En una línea temática similar, aunque sin la jubilosa entrega de Morales, podemos encontrar a Claudio Cornejo, con “Nomen Nescio”, Felipe Muñoz, con “Copia Barata” y a Joaquín Manríquez, con “Anulación parcial”. “Nomen Nescio” es  la pérdida del nombre como etapa final de un proceso de degradación del ser humano: “cada hombre es posibilidad de ser trasplante, alimento o utensilio cotidiano. Somos reservorios perecederos de infinitas vías de salvación orgánica.” La persona es posibilidad de existencia para un incontable y anónimo consumidor, que es su vez pérdida de sí, en su organismo otro: “Sangro por venas ajenas/siendo en este montón de carne/sin sentido humano.” Llegamos a ser el lugar donde mejor se manifiesta la reproductibilidad de todo. Así nos lo recuerda Muñoz: “La mirada se forma según materiales/de fabricación”, que se ha detenido en la copia y en su adquisición, como si tuviese la certeza de que la materia que nos rodea determina nuestro vivir, hasta llegar al poema: “Escribir el poema al reverso de una caja./ en su interior algún juguete indecente/ alguna copia mal hecha con colores desparramados.” Son sus poemas el consuelo de este “casi héroe”, sea el niño vestido con la polera pirata de algún equipo de fútbol, o bien aquel que disfruta de un estreno a luca grabado desde el cine. Por su parte, en  “Anulación Parcial” la posibilidad del yo duplicado vuelve a expresarse en la forma del cuerpo hermanado con la máquina: “suave pulsión de engranajes/tensan el ligamento artificial”. La idea del conjunto quizás pueda resumirse en estos verso, del poema “Menos”: “la pérdida del ser se desahoga despacio/ los restos de la suma nefasta no cuadra”. Es común a los tres autores una suerte de distancia referencial, una impersonalidad adoptada como para la descripción de un mecanismo. Curiosamente, “Parida y caminante”, de Nicole Tapia, parece compartir, en su acercamiento a la fecundación desde la personificación de sus elementos, este apropiarse de cierta rigidez maquinal en el organismo y en el verso. Escribe en “Fabricación”: “Llegué con la vértebra invertida// El pestañeo rastreó la habitación”, para culminar una serie de poemas dedicados a relaciones entre gametos.

En la antología hay también registros de una intimidad menos industrial, de una mayor plasticidad emocional. Es el caso de “Umbral lunático”, de Rocío Funes. Aquí habita la locura en una proximidad que, desde el primer poema, “Al espejo”, se encarna en el yo, como principio y testigo del mal. El afuera se retuerce y niega toda cordura; el adentro es inhabitable: “el aire se anula de pánico”. “Huéspedes”, de Diego Zamora, se cuestiona la ambivalencia del habitar en un sentido similar: en “Contacto” la comunicación es incesante, aunque no sea nunca plenamente establecida. Así, la incomodidad del habitar parece asociada al silencio de latas de conserva ordenadas, como “el producto perecible de nuestro plástico hospedaje.” Tanto en su caso como en el de “Deámbulo”, de Joan Cornejo, parece prestarse especial atención al entorno inmediato, a las contemplaciones de distancias cortas. Escribe Cornejo: “Nada está aquí o allá realmente/ las habitaciones nunca son las mismas/ los cuadros pueden dar fe”. Del mismo modo, en “Adorno” la persona misma parece transformarse en los ornamentos de algún living. Hay en todos los casos un continuo entre los sujetos y el mundo, una intimidad hecha a la medida de formas exteriores o en tensión con ellas. Así, Camilo Zanetti, en “Comandas”, se apropia de las comandas y de las mesas del “Bar Berri” para reflexionar sobre el yo mediado por el entorno laboral: “El trabajo sirve/ para algo más que pagar” Es suya una poética declarada en la circulación material de lo escrito, donde solo entonces se da un “lenguaje inconcluso”, de corta vida útil. Esta poesía en tensión con la precariedad es una idea que Gonzalo Martínez, en “Manos Frías”, ensaya a lo largo de todos sus poemas. El constante intento de testimoniar la marginalidad es, a su vez, la creciente confirmación de que “el frío en estos poemas es artificial”, quizás tanto como los marginados que “deben estar en los museos.”

La antología concluye reafirmando la feliz heterogeneidad de las voces que la componen. En primer lugar, Eder Contreras con “Momento Cartesiano” hace del humor la vía para desenfadarse con lo enorme, aunar el vértigo de la inmensidad universal con la existencia en su sentido más cotidiano. En el primero de los tres “Testimonios de existencia” se nos dice: “De todas formas/ la pomada de existir/ es algo de hace mucho rato.” En esta línea,  “Inductivo” nos indica un procedimiento  donde se sopesa el absurdo desde lo particular, una exploración de las distancias a partir de la lógica. La mirada como revelación de la profundidad del mundo, con sus relaciones en la distancia, es una idea que Francisca Espinosa  trabaja en “Telescopio” más allá de los razonamientos que ensaya Contreras. Nos dice Espinosa: “La vida en su mínima expresión/ no son pixeles que forman una imagen.” La contradicción entre el incesante ejercicio microscópico de los poemas y el título del conjunto se explica como una declaración: todo es propenso a ser explorado como totalidad y fragmento. Quizás es esta la dificultad que nos ofrece, también, la lectura de toda antología. Un particular juego de las distancias, donde cada poema, conjunto y nombre parece exigir su atenta mirada como centro ordenador. La antología del año 2015 de «Al pulso de la letra» ofrece el equilibrio justo entre diversidad y tensiones que, a lo largo de la lectura, se terminan por volver comunes. Se ha dicho que un día hermoso ofrece variedad de cantos, si bien reflejen todos la naturaleza de la cual proceden. Creo que esta recopilación prefigura una procedencia, que no por difusa es menos decidora.

Rafael Cuevas

Eran uno pero también éramos tres

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Habrá que hacer algo mientras tanto, Ezio Neyra, Editorial Cuneta, 2015.

«Acostarse tarde por la noche y pensar que mañana habrá mañana, es una lástima». Así inicia esta novela. Anterior a ello, y enlazándolo con el comienzo, nos encontramos con un elemento que nos servirá de guía en pro de la lectura que realizaremos. En el epígrafe, Ezio Neyra cita a Maurice Blanchot (La locura de la luz) y a Sigmund Freud (El malestar de la cultura). Me apego a esta última cita: ¿De qué nos sirve, por fin, una larga vida, si es tan miserable, tan pobre en alegrías y rica en sufrimientos, que solo podemos saludar a la muerte como feliz liberación?. Es la temática y no su contenido nihilista el que quiero destacar, a pesar de que quizás el trayecto nos deje en esta última al finalizar el viaje.

La idea temática de la obra puede considerarse absurda; tres personajes: Alto, Mediano y Gordo, buscan la manera de salir del país luego de no lograr conseguir una visa. Su decisión es crear una embarcación que les permita movilizarse hacia donde desean, la problemática superficial que surge es que donde ellos se encuentran no hay ríos o escape marítimo alguno para navegar. No obstante, la genialidad de Neyra y los recursos narrativos utilizados obligan a tomarla como una idea ejemplar. Lo irrisorio se torna necesario. El autor enmascara los ejes temáticos profundos mediante lo que pareciera ser una historia básica y superflua. Esto último recuerda a Jorge Isaacs. Este novelista y poeta colombiano en María utiliza el mismo mecanismo de “esconder” el fin verdadero del relato tras un manto temático bastante claro. En esta obra la pareja central y su idilio (truncado por la muerte) sirven como pretexto para algo más fecundo: ver nacer una prosa descriptiva cuya eficacia y ajuste contrastan con el patetismo de los momentos amorosos: retazos de paisajes, tipos pintados con colores vivos, letanías de plantas, flores y frutas; esto es lo que nos queda de María que no se ha amarilleado con el tiempo. Quizás el autor de Habrá que hacer algo mientras tanto busca aquello, trascender el aspecto narrativo en pos de uno técnico.

En la obra nos encontramos con un esquema estratégico al momento de distribuir y complementar la narración. El texto se desarrolla mediante tres capítulos narrados por un mismo personaje (Hacer algo mientras tanto, El encuentro y La construcción), en el primero la acción deambula entre el actuar del personaje y la monotonía que circula a su alrededor, de hecho el capítulo finaliza: «Ingresar, bostezar, mirar, callar, reposar, rezar, llorar, acostarse tarde en la noche y pensar que es una lástima que mañana haya mañana». El segundo se basa en cómo los personajes truncan sus caminos y se convencen de unir fuerzas para lograr su cometido. El tercero responde a su título y además comienza a inmiscuirse en la identidad individual de cada personaje. Mientras que en el último capítulo nos encontramos con la estructuración de lo hechos mediante los testimonios de los tres personajes. Dicho capítulo desencadena en el conocimiento cabal de la interioridad y edificación de cada uno de ellos. No obstante suscita una duda: ¿estos tres personajes son en realidad una construcción metafórica de momentos o estados del autor? ¿Existen los tres o mutan constantemente?. Ezio Neyra responde sintéticamente: «Eran uno pero también éramos tres.»

En Habrá que hacer algo mientras tanto el autor proyecta un escape físico-ficticio que grafica y es extrapolable hacia uno psicológico-cultural que envuelve al escritor y a sus personajes. A su vez, dicho viaje propone en reiteradas ocasiones a la muerte como medio por el cual encontrar una salida, incluso en discusiones que los mismos personajes llevan a cabo: “Desde ayer, Alto me repite que la solución no es morir, pero no sé si está en lo cierto. Me dice que morir solo será nacer en un mundo distinto en el que nuevamente desearé morir.”, pero sin ser ella en sí el punto único de fuga. Ezio Neyra desarrolla de principio a fin, aunque perdiendo fuerza hacia este último, una novela potente y tranquila, correcta y que incurre en errores aparentemente motivados, fuerte, tosca y delicada, en resumen: ridículamente eficaz.

Por Ítalo Rivera.

Asunto y recorrido

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Perder Teorías, Enrique Vila – Matas.

Editorial Kindberg 2016

No soy un lector de Vila – Matas, es primer libro que leo de él. Lo menciono porque sé que tiene bastantes seguidores,  acostumbrados a sus recursos, temas y tramas. Para mí fue algo nuevo, no sé si es el mejor o el peor libro para empezar, pero es claro que a través de una lectura muy amable y llevadera se sugieren en esta pequeña novela, movimientos amplios de largo alcance y retorno.

La ficción — por decirlo de una forma ingenua —  se diluye en la realidad y la realidad en la ficción, hay una diálogo con otros libros, no se puede saber con certeza que frases son homenajes de Vila – Matas a otros autores, — lo que, claro está, supone una noción de autor menos tradicional—  como  montajista es preciso,  las escenas elegidas son diferentes en su estilo y todas aportan de un modo particular a la construcción de la novela.

Todos estos elementos, novedosos para mí, pero probablemente comunes para aquellos lectores de Vila – Matas, hacen de la lectura de Perder Teorías algo entretenido — perdón lo antojadizo—  a momentos cómica, sobre todo liberadora, disuelve barreras, logra distender hacia el final. Más allá de lo anterior,  quería intentar en los siguientes párrafos reflexionar sobre esto de ganar y perder certezas y de qué manera escribir puede ser conquistar experiencias, las cuales — por suerte — nunca dejan de revelarse en los dos sentidos de esta palabra.

Es curioso que el convencimiento sea uno de los motores más efectivos para la escritura — como en la vida— uno toma decisiones, visita lugares, conserva amistades y compra objetos en base a la teoría que en ese momento le acomoda más a la mente y le permite adaptarse.  Tu cuerpo busca la manera de sentir fuertemente que esas acciones te acercan a ese no se que que intuimos hay tras el convencimiento. Aún más curioso es que la realización sistemática de estas acciones enmarcadas en una forma específica de darle sentido a la realidad, terminen llevando a ese mismo sistema a entrar en crisis, una crisis que demanda una nueva construcción teórica para avanzar. Kurt Vonnegut escribe refiriéndose al oficio: un herrero debe odiar su yunque, el yunque siempre está ahí, la herramienta para golpearlo es la que cambia.

La literatura es la creación más valiosa de la humanidad en su intento por entenderse a si misma esta cita de Pamuk, reproducida por Vila – Matas como provocación al taxista en la primera escena de la novela, refuerza esta idea y la amplifica. La literatura no es la creación más valiosa para entender la humanidad, sino que es un resabio, un daño colateral de este ejercicio. Así como nos convencemos con enfoques, intuiciones o teorías durante el proceso de escritura para desecharlas luego y probar otras, la misma literatura es una gran teoría desplazada del centro como explicación del mundo. Posteriormente llevada por la inercia a transformarse en todo lo contrario — esto lo vemos muy bien en Vila – Matas — en la vida misma, la literatura como experiencia que interviene la vida.

Esta peripecia — de ganar y perder teorías— funciona para el escritor como un camino de depuración casi espiritual, en lo que nos compete a nosotros va dejando un resabio: la obra, como pequeños tragaluces a esta conciencia explorando el infinito.

Queda claro en la novela que este ejercicio no está en función — al contrario de lo que uno pensaría — de limitar la escritura a una teoría final que diera respuesta de una vez y para siempre a las problemáticas que supone el oficio; sino al examen constante y cada vez más exigente de lo que Vila – Matas llama en esta novela un espíritu vacante que debe ser capaz de mantenerse como tal. Pero más que eso, esta performance en que se articula vida y escritura también configura una espaciación, un lugar — digamos virtual— donde pueden confluir diversos contenidos, rastros, huellas, repito: intuiciones que demandan constantemente un desplazamiento de los sentidos con el fin de ganar tiempo para lograr quien sabe que.

Diario de lectura: Un detalle — quizá azaroso— en el colofón. El libro acusa haber sido impreso en el  cruellest month de Abril, desde mi cama puedo ver que aún duerme sobre mi escritorio Paterson  de  William Carlos William. Me levanto a tomarlo en busca de una cita, no recuerdo la página exacta, solo que se encontraba abajo y a la izquierda. Paso páginas al azar, se que en algún momento la voy a encontrar y que no hay una forma más eficiente, solo queda esperar. Me demoro pero estoy seguro que sucederá, la encuentro: ¿Quién es el que habló de abril? Algún / enloquecido ingeniero. No hay repetición/ el pasado está muerto. En otro texto, autobiográfico el poeta norteamericano cuenta: La tierra Baldía… aniquiló nuestro mundo como si hubiera lanzado una bomba atómica sobre él y nuestras arriesgadas incursiones hacia lo desconocido se hubieran hecho polvo.

Más allá del debate específico de estos escritores que admiro. Dos cosas sobre esto 1. Las peripecias particulares de cada autor forman un plano general para el lector. Un libro puede ser una respuesta, una propuesta, una sala de espera, un lugar de convergencia. Es la repetición de un ejercicio donde cada autor sabe que tanto apretar y soltar las cuerdas que componen el tejido. 2. Toda afirmación, por más literaria que sea, es capaz de ocupar un espacio afectivo y material, la consciencia sobre esta dimensión política al perder teorías, vuelve el ejercicio más temerario,  cada vez que se deja un espacio por ir a buscar algo más; se corre el riesgo de no poder volver, de quedarse sin silla donde descansar, sin un techo donde poder parar siquiera a cargar el celular. (Fin de la nota)

Escribir es una forma de esperar quizá, en función de esa espera está la espaciación, la exploración de lugares virtuales. Es necesario hacer tiempo para que alcancen a llegar otros ojos, el fin es colectivo, debemos repetir las peripecias y dialécticas una y otra vez, para que de vez en cuando uno amplíe el campo de batalla, así como los maestros tibetanos cuyas enseñanzas  no son más que atajos a través del camino.

Algunas de estos y otros asuntos me permitieron pensar este libro, me imagino que a cada uno le pasaran cosas distintas, lo cierto es que es una experiencia de lectura enrevesada y que vale la pena. Hay un tema con la soledad que seguro entra en tensión con lo que he desarrollado. Pero mejor no entrar en eso en invierno, aunque el sol este arriba, como ahora.

¿Qué es un héroe?

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El fin de la lectura, Andrés Neuman, Editorial Cuneta, 2011.

“Los crédulos afirman que todo estaba escrito. Los escépticos replican que, si ya estaba escrito, nadie lo leyó.” – Andrés Neuman.

En Entre paréntesis encontramos una crítica en donde Roberto Bolaño se refiere de la siguiente manera al autor de este libro: “Cuando me encuentro a estos jóvenes escritores me dan ganas de ponerme a llorar. Ignoro el futuro que les espera. No sé si un conductor borracho los atropellará una noche o si de improviso dejarán de escribir. Si nada de esto ocurre, la literatura del siglo XXI les pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre”. Me atrevo a decir que, al parecer, Bolaño no se equivocó en ninguna de sus aproximaciones (por lo menos hasta ahora).

Andrés Neuman, mitad argentino y mitad español, alabado por la crítica y ganador de diversos premios por sus obras, se ha desplazado durante su joven pero extensa vida como escritor entre la poesía y la narrativa sin trastabillar. Comenzó con la primera de éstas publicando Simulacros (1998), un cuaderno de 25 páginas con sus primeros poemas, luego: Métodos de la noche (1998), Alfileres de la luz (con el que obtuvo el premio Federico García Lorca, 1999), El jugador de billar (2000), El tobogán (ganadora del XVll Premio Hiperión, 2002), La canción del antílope (2003), Gotas negras (2003), Sonetos del extraño (2007), Mística abajo (2008) y No sé por qué y Patio de locos (2013).

En narrativa, subdividiendo ésta en novelas y cuentos, no es menor (ni menos premiado) la cantidad de escritos que posee hasta la fecha: Bariloche, su primera novela y finalista del XVll Premio Herralde, publicada en 1999 por Anagrama fue considerada como una de las mejores novelas del mismo año. La vida en las ventanas, publicada en 2002 es finalista del Vl Premio Primavera, Una vez Argentina, también finalista del Premio Herralde (en aquella ocasión en su versión número XXI) en el año 2003. El viajero del siglo, ganadora del Premio Alfaguara en 2009 y Hablar solos (2012). Mientras que en cuento ha publicado El que espera (2000),  El último minuto (2001). Alumbramiento (Finalista del Premio Setenil, 2006), Hacerse el muerto (2011) y El fin de la lectura (publicado en Chile por Editorial Cuneta el año 2011). Es el último de esta extensa lista el que nos compete (solo hoy).

El fin de la lectura es una antología que incluye 30 textos que el mismo Andrés Neuman escogió. En ella nos encontramos con cuentos, presentados como relatos, diálogos o narraciones, con características que estimo fundamental destacar. Primero, la extensión. El texto de mayor extensión (considerando la cantidad de páginas y obviando que me baso en esta edición) no supera las diez hojas (Las cartas de los tristes), mientras que el de menor, se estructura solamente con cuatro líneas (En Familia), aquello contribuye en demasía en una lectura rápida mas no acelerada o superflua. En segundo lugar destacar la variedad de temáticas y la manera de abordarlas. Neuman contrapone diversas formas de actuar, sucesos, personajes o incluso puntos de vista; en La felicidad nos habla de un marido que vislumbra en la infidelidad la mayor demostración de respecto y compromiso hacia él por parte de su mujer, en La ropa nos narra sobre cómo evoluciona Arístides desde la extravagancia de asistir desnudo a su trabajo hasta la monotonía de quienes replican su accionar y, en La prueba de inocencia, se nos grafica que lo más complejo de demostrar es la inocencia absoluta cuando es agradable para uno pasar por el proceso de verificación o indagación de la verosimilitud de un argumento: “Si. Me gusta que la policía me interrogue”, como menciona el personaje principal de dicha narración, quien disfruta de la adrenalínica sensación. Esto, nombrando algunos cuentos al azar puesto que en todos la base argumental simplemente nos obliga a leer el texto que sigue, buscando una historia igual o mejor desarrollada.

En tercer lugar, finalizo por destacar los recursos literarios utilizados. Neuman se posiciona básicamente en donde él quiere estar; por momentos es personaje, testigo, omnipresente, etc, y no me refiero al tipo de narrador que desarrolla o utiliza, sino que, a la ubicación del autor al instante de plantear el relato y desarrollarlo. Nos declara situaciones que quizás él mismo pudo vivir, con una velocidad y lucidez que sorprende y nos deja apretando el libro con ambas manos. Un ejemplo de aquello es Alumbramiento, en donde no encontramos un solo punto hasta que finaliza la narración, recurso que claramente busca aquella rapidez superficial que armoniza con la respiración del lector al seguir de manera atenta el suceso mismo de dar a luz, que se nos expone en el texto. También nos agarra de la cabeza (al parecer con pinzas) y nos coloca justo frente a una pareja discutiendo (Una raya en la arena) o somos espectadores de cómo disfruta del placer sexual una novicia (El infierno de Sor Juana).  

El autor se transforma y nos recuerda la frase “Yo es otro” de Arthur Rimbaud a cabalidad, pues se sitúa en un lugar ajeno que logra volver suyo y narrar de manera eficaz, mutando ida y vuelta, configurando paredes, edificios y toda una atmósfera frente a nosotros; es un paisajista del relato. Para ejemplificar, dejo un video del cuento El fusilado (que aparece por primera vez en el libro Hacerse el muerto e incluido en El fin de la lectura) en la voz del autor:

https://www.youtube.com/watch?v=efO6zrqLKeY

Neuman da a conocer en Barbarismos de Argentina: leer. Acción y efecto de vivir dos veces”, y bien podría ser ello una síntesis descriptiva de carácter profundo de su obra, puesto que uno, como lector, logra inmiscuirse en su narrativa sin complejidades, relacionarse con los personajes y convertirse en uno, agarrándole un gusto turbio al proceso de renacer leyendo, un sabor comparable con una mezcla de café con leche que agradará a todos, pues lo prepara el mismísimo autor, sirve hirviendo y nos observa mientras va anotando cada detalle.

Por Ítalo Rivera

El suspiro del que conoce

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44 canciones realistas, por Carlos Henrickson

Libros del Pez Espiral, Colección Pez Espada,  2015.

 

El frío del acero brilla sobre los cuerpos húmedos y atrincherados; templa el tono de las voces, acompasa las rutinas dibujadas en el frente. Creció como una negación fundacional esta guerra aquí jocosamente sugerida, hasta que terminó su larga broma en un generalizado silencio y acato, desprecio a quien quisiese volver a oír. “Poética bajo fuego” inaugura así el libro, con el ánimo del informante que, estancado en la trinchera, escribe reportes de guerra para una población que insiste en celebrar una trasnochada fiesta de la paz; el informante es antípoda del Hölderlin que vio en el Tratado de Lunéville “los días de bondad segura y sin temor”. No hay espacio ya para tales expectativas: imposible considerarlas con los ojos abiertos a las novedades del frente.

Las canciones se hacen cargo de un habla atropellada por el frío de la trinchera inútil, dada una guerra que nadie parece percibir, y que de tan ausente se resuelve en una dolorosa risotada. Los poemas se escriben en una lengua que nombra el conflicto por el miedo y por la burla feroz; cada uno es un largo aliento de versos encabalgados y nerviosos, que pierden autonomía en pos de un conjunto desbandado en ácido lirismo. Los versos más pesados, los menos felices, en más de una ocasión hacen posible que el poema surja como un todo vívido y sagaz. Incluso en los momentos débiles, es posible encontrar un estilo firmemente asentado. Destaca en esta obra su atormentada armonía, cada poema entonando una nota única.

Se prescinde completamente de la estrofa, como si radicase en esa ausencia la denuncia de lo apremiante de los tiempos. Irónicamente, el oficio del informante fue forjado en el acero tirano. De esta pugna nace su herida, de allí la ironía característica, “el vehículo de sus estocadas”, en palabras de Juan Pablo Pereira. Es entonces la guerra, como condición de vida y de escritura, un estado ampliado a todos los ámbitos de la existencia, y que lleva en sí la necesidad de un registro que por su atribulado origen deviene en ironía mordaz. La biografía es trinchera.

El epígrafe de Nietzsche (fragmento 248 de “La gaya ciencia”) da cuenta de esta compulsión al hacer patente la limitación de la propia obra, ¿qué importancia puede tener un libro que no nos lleva más allá de todos los libros? Bien dice Foerster al señalar que estas canciones “vislumbran distintas zonas del mundo, que en un principio, no parecen emparentadas”, pero que tienen a la literatura como denominador común, a la literatura como manera de conocer y, en última instancia, de apropiar. El fragmento 249 de “La gaya ciencia” refiere “el suspiro del que conoce”, la pretensión de quien aspira a hacer suyo un pasado probable a través de múltiples seres “como a través de sus propios ojos (…) como con sus propias manos”, y es allí en donde se fundamenta la aparente diseminación de los temas, géneros y personajes (Allende, Abraham, el mismo Nietzsche, etc.) del poemario, en esa codicia angustiante, fundada en un mismo suspiro y tono.

En este sentido se define el realismo, y así se expresa, quizás, en el poema “Pequeña canción realista”: “Las manos toman, las manos dejan/caer cosas, para que otras manos/las tomen”; el conglomerado de cosas que se quieren hacer propias, un pasado y un presente que se quiere visibilizar, bajo el anacronismo terrible de las “estatuas marmóreas”, símbolos de una carga histórica que paraliza. Es un quehacer que se nos revela imposible de sobrellevar, una desvinculación primordial con la materia. El realismo es la codicia que busca dar cuenta de una realidad a partir de una experiencia que se figura como propia incluso en lo múltiple, “un sí mismo que apetece todo”. El adjetivo de “realistas” es, pues, una broma pesada, o una tentativa que tiene por cierta la cercanía del fracaso: “Vivimos en la victoria, cantamos toda la noche,/en torno a fogatitas armadas/con papel impreso.” Se reconoce así la labor que indicara Marchant: “establecer la catástrofe como catástrofe”, la guerra como tal, abrir los ojos frente a “la parálisis de la historia de Chile”, para luego dudar, ya desde el primer poema, de tal tarea, y reír de lo fútil del intento.

El poemario es en sí mismo una dificultad de escribir el pasado y, por tanto, de escribir el presente. Su búsqueda perpetrada a titubeos, asemeja la escena del tartamudo en la película “El Espejo”: frente a la pregunta por el hogar, se balbucea el lugar de origen.

 

por Rafael Cuevas Bravo

Cristóbal Briceño: «Lo ideal sería no aprender a hablar»

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Esta entrevista nace del interés literario que tenemos sobre las letras del prolífico compositor Cristóbal Briceño y por la urgencia de generar dialogo entre los diversos oficios artísticos. Quisimos indagar sobre su relación con la literatura y su escritura, aquí el resultado.

 Con esta entrevista inauguramos una nueva sección en Quinuayana, que la disfruten.

(entrevista via e- mail)            por Rafael Cuevas y Gaspar Peñaloza

¿Tienes algún(os) autor(es) de cabecera?

Sí, varios, tengo una especie de dreamteam, los que siempre ando buscando en los libros usados… pero a ese equipo siempre le voy haciendo retoques, ahora mismo estoy leyendo a Machado de Assis, pero diría que en general me he quedado bien pegado en la pasada del siglo diecinueve al veinte. Ahí tengo grandes favoritos, como Chéjov, Papini, Unamuno, Lagerkvist, Nietzsche o Pessoa.

¿Algún género predilecto?

Lo que sea que me mantenga atento y sorprendido, como un niño.

¿Qué te parece el movimiento reciente de editoriales independientes en chile, sigues alguna editorial o autor que este publicando actualmente?

Lo desconozco. Soy un lector muy poco social.

En la canción Estudiar y trabajar haces referencia a la diferencia que hace leer un libro por el placer de descubrir, ¿por qué te parece importante la lectura fuera de un programa?

Bueno, Borges opinaba que la lectura obligatoria era un contrasentido, y es muy difícil no estar de acuerdo. Porque buena parte del placer de leer y de descubrir está en la búsqueda, en el camino personal que hemos recorrido para llegar ahí.

 ¿La lectura, entonces, te hace mejor persona?

Mejor persona, peor persona, no sé. Mira, yo pienso que lo ideal sería no aprender a hablar nunca. Y ciertamente no aprender a escribir. Las palabras nos encajonan, nos limitan. Cuando celebramos a un niño que aprende sus primeras palabras diciendo “¡qué grande que está!” decimos mal, pues ese niño acaba de sacar un boleto al empequeñecimiento. Aprendemos a nombrar la mayoría de las cosas antes de conocerlas, de experimentarlas. Gabriela Mistral describe su infancia campesina como un lujoso privilegio, en parte porque le permitió entrar al mundo de los libros recién a los diez años, cuando ya contaba con una muchedumbre de formas y siluetas legítimamente ganadas. Su mente, dice, se había amoblado no de nombres sino de cosas. Pero ya que hemos sido condenados a saber hablar anticipadamente, y ya que aprendimos a escribir antes de tener algo sobre lo que escribir, entonces creo que lo mejor que podemos hacer es llevarlo lo más lejos posible, sumergirnos cuanto podamos en la palabra, tratar de dominarla, a ella, a ese caballo policíaco que se nos ha impuesto, y tratar de hacerlo nuestro para liberarlo y entonces que nos lleve adonde le dé la gana, y extraviarnos juntos alegremente, sí, habiendo ganado la palabra entera. Pero es una fantasía, un trabajo que lleva toda la vida y estoy seguro que nunca se completa.

En más de una ocasión has mencionado tu admiración por Chuang Tzu, ¿qué es aquello que hace de este autor algo especial para ti y para tu escritura?

En primera, no sé si podemos llamarlo autor. No al menos en nuestra manera de entender a un autor. Yo lo que he leído de él son traducciones de traducciones de diversos compilados de ideas, fábulas, parábolas, discursos, pensamientos y poesías que a él se le atribuyen. Recordemos que vivió hace casi veinticinco siglos en nuestras antípodas, es una estrella muy, pero muy lejana. Pero lo increíble que tiene es que a pesar de ello, de todos los obstáculos imaginables, se me aparece como si lo tuviera al lado, metido adentro de mi cama. Estaba yo de hecho metido en la cama, la noche siguiente al lanzamiento del disco “Conducción”, con un malestar enquistado en el pecho. No sabía por qué me sentía así, si todo había salido supuestamente bien, La Cúpula se había llenado con dos mil personas, técnicamente todo había funcionado bien… ¿por qué no podía disfrutarlo? Instintivamente tomé el libro de Thomas Merton, el Camino de Chuang Tzu, que había adquirido recién, y empecé a ojearlo. No conseguía entender ni una sola página. Basta, me voy a dormir, cuando se me aparece el siguiente texto:


Cuando un arquero dispara porque sí,
está en posesión de toda su habilidad.
Si está disparando por ganar una hebilla de bronce,
ya está nervioso.
Si el premio es de oro,
se ciega
o ve dos blancos…
¡Ha perdido la cabeza!
Su habilidad no ha variado. Pero el premio
lo divide. Está preocupado.
Piensa más en vencer
que en disparar…
Y la necesidad de ganar
le quita poder.

En cuando leí esto mi organismo, por así decir, se reseteó. Tanta fue la claridad con la que vi la causa de mi disgusto, ¡había tocado y cantado por una hebilla de bronce! Sentí una emoción y al mismo tiempo un alivio tan grande que dormí liviano como un inocente. Desde entonces he tratado de mantenerme más cauto ante la necesidad de vencer.

En tu disco solista grabaste un poema de Pedro Antonio González. Poeta olvidado por la mayoría de nosotros, y que fuiste a encontrar por casualidad en las páginas de un diario. No puedo evitar ver en el gesto una declaración de hermandad, de amistad a distancias larguísimas y extrañas. Quizás no hubo una decisión definida de tu parte en el momento, pero ¿por qué quisiste incluirlo en tu imaginario?

Prefiero pensar que él me incluyó a mí en su imaginario. Fui utilizado como vehículo para seguir proyectando su visión. Yo me puse a su servicio. Cuando leí aquellos versos tan hondos, me estremecí tanto que traté de corresponderles en la justa medida.

El estilo narrativo ha estado presente desde Fother Muckers. En variadas ocasiones las letras responden a un relato, a una historia, ¿por qué utilizar ese formato? ¿qué tiene la narración referencial que la vuelve un género transversal en tu carrera hasta este momento?

Nunca lo pensé como un recurso. Fue natural, no creo haber tenido opciones. Me gustan los cuentos ¿a quién no? Claro que ahora tengo más naipes en mi baraja, pero aún así las letras me salen o no me salen, puedo ir corrigiéndolas, afinar algo aquí o allá, mejorar las terminaciones, pero no puedo planificar una letra. No creo tener un estilo. Quizá sí un tono.

Letras como las de Fuerza Especial, Lobo Mayor, Séptimo Cielo o Venir es fácil, constituyen narraciones más que interesantes en el panorama de la narrativa actual, Juventud Americana se podría leer de comienzo a fin como un libro de cuentos ¿por qué contar esas historias, elegir esos personajes?

Es un orgullo que me digas eso. Durante muchos años fantaseé con esa idea de hacer un disco que pareciera un libro de cuentos, y que cada tema pareciera una ilustración a color. Ya no es algo que persiga, pero me alegro haberme acercado. No sé por qué lo hice así, supongo que queríamos hacer algo accesible y grande, era nuestra ambición empezando con Ases Falsos dar un golpe de efecto que hiciera olvidar a los Fother Muckers.

En las letras de Juventud Americana hay una constante referencia a víctimas y victimarios, ¿tienes interés en estos discursos?

Bueno, es un tema delicado. Sí, es verdad que muchas canciones tratan de eso. Pero lo hago con cuidado, tratando de mantener la perspectiva, porque creo que uno de los grandes males de mi generación es la tendencia automática y casi instintiva a victimizarnos. A sentirnos los débiles, los indignados, reprimidos y oprimidos por los poderosos. ¿Y quiénes son los poderosos? Una sarta de apellidos extranjeros, logotipos multinacionales, oficinas gubernamentales… ¡una manga de fantasmas! Nos hemos olvidado que el verdadero poder, el fisiológico (veo la mente como parte del cuerpo, y el espíritu me resulta sagradamente misterioso), es el que en nosotros mismos reside, el que nos mantiene en pie, caminando, trabajando, bailando y que nos hace despertar cada mañana. Pero elegimos la esclavitud, y entonces cada vez que alguien demuestra un poco de vitalidad, de determinación y dignidad, se habla del valor de la rebeldía y de la resiliencia y toda esa basura heroica. De ganarle a la vida, esa es una frase recurrente, ¿te das cuenta? Cuando lo natural sería tener a la vida de nuestro lado, no como oponente. El oponente de la vida es la muerte, me parece a mí. Yo cada vez más trato de imprimirle a las canciones algún estímulo para desarrollar ese potencial poder. Pero luego estás a un paso de transformarte en un sucedáneo de Deepak Chopra. Es un juego peligroso. Muy entretenido de jugar.

Se nota que te interesa la mezcla, recoges diferentes estéticas para tus letras y proyectos ¿hay en ese sincretismo una búsqueda de identidad?

Quién sabe.

Me gusta irme de viaje por mi trabajo/ El combinado en el Coyote Quemado/ Las bandas gringas que me abrieron el mate/ Y los cogollos en Abril. Este es uno de las versiones que más cambios tiene en Amigo de lo ajeno ¿Te parece que las reescrituras y covers de este disco y de otros similares te permite resignificar esas obras y darle un nuevo contexto de producción para producir otro efecto distinto al de su origen?

No, cada vez que hago un tema ajeno me cuido de respetarlo cuanto más pueda. Rara vez me permito una intervención a la letra, a menos que me parezca una corrección ineludible. Pero en el caso mentado, el “No soy de aquí ni soy de allá” de Facundo Cabral lo reescribí siguiendo la tradición que ha nacido de las múltiples versiones que tiene la canción. Cada intérprete lo ha adaptado a su manera, es como un juego. Por ejemplo, la versión de Alberto Cortez tiene una orquestación exquisita, pero un par de versos que me cuesta asimilar. Elegí hacer una versión acorde a mis sentimientos, mal que mal es una canción sentimental, y absolutamente comprometedora. Más vale sentirse a gusto.

En Escultores en la parroquia, de Dúo Niágara, mencionas la intención de esculpir una estatua colosal de Felipe Avello, ¿qué volá?

Admiro a Felipe Avello y a su instinto autodestructivo desde hace más de una década. El soporte de su arte es su vida misma, eso es de una valentía conmovedora. Y siempre te lleva a lugares nuevos, es realmente un explorador en la oscuridad y tiene una gracia que no se consume.

En la misma canción se cuestionan los FONDART, ¿crees que puede influir de algún modo en las expresiones artísticas, en la transmisión de un mensaje? ¿cuál crees que debería ser la posición del estado respecto a la cultura?

Te soy sincero, me da mucho miedo el Estado. Han hecho atrocidad tras atrocidad, conozco su prontuario. Y yo sé que vivo dentro de sus reglas, pero quiero mantenerme lejos de su influencia, lo más lejos que me sea posible. Mucho menos deseo, claro, que financien mi trabajo. Para eso tengo mi público, que hasta ahora ha cubierto mis gastos. Lo justo es justo. Igual varias veces nos vemos en escenarios que indirectamente son levantados con fondos estatales. Es imposible hacerles el quite, de alguna manera son dueños del yo-ciudadano. Entonces, no sé qué posición debe tener el Estado respecto a la cultura, ni quiero saberlo. Como te digo, mientras más lejos de esos chacales, más seguro me siento.

¿Cómo es la relación entre la música y la letra en tu proceso creativo?

Lo que más me importa es la música. Pero ya que ha de llevar letra, que mal que mal es lo que me permite darme uno de mis mayores gustos, como lo es cantar, entonces trato de escribir algo que también alimente la inquietud de mis estimados oyentes. Y generalmente letra y melodía son fabricadas en diferentes talleres, por un lado tengo varios motivos musicales que grabo y archivo diligentemente y por otro, frases, versos y estrofas escribo y también digitalizo con sentido del buen orden. Pero rara vez me calzan uno con otro, así que ahí tengo que entrar a picar, a destruir y a construir. Sucede también, no la mayoría de las veces, que lo armo todo al mismo tiempo, de un viaje, ha sido el caso por ejemplo de Fuerza especial, Ojitos de marihuanera o Simetría. Y otras veces trabajo sobre motivos musicales de alguno de mis compañeros, lo que es muy agradable. Cae la cortina, Pacífico y Mi ejército, entre otras, eran ideas instrumentales de Martín que estructuré y a las que le agregué línea vocal y letra.

Ordena tus ideas/ Búscate un lugar para ensayar ¿Cómo se ensaya la escritura? ¿llevas un diario o alguna rutina?

Siempre ando con lápiz y libreta. Escribo cuando siento la necesidad, esté donde esté. Una vez completa la libreta, la reviso.

Voy a cantar/ Voy a cantar hasta aprender/ hasta aprender a hablar ¿Es la escritura en su condición de canto una forma de reapropiarse del habla, de poder comprender con tus estructuras?

Ese es un simple parafraseo del Zaratustra que me funcionaba muy bien con la idea de la gran curva, del gran anillo.

No sé quién de este mundo al fin me llama/de este mundo que no amo y que no me ama. La sensación de desarraigo es algo presente en esa canción, como también lo está en Canción del más allá, una suerte de incomodidad con los espacios y con la experiencia. Lo vemos en Tranquilo, hombre del espacio, y quizás podamos rastrear el tópico hasta Viaje de regreso. Te has declarado como un desarraigado, ¿qué es y qué implica para ti esta condición? ¿cuál es su relación con tu oficio como compositor?

Bueno, siempre vengo de afuera. He vivido en más de veinte casas, y no veo que me vaya a asentar pronto. Incluso tuve la experiencia cuando niño de vivir afuera del país siguiendo el trabajo de mi padrastro. Mi madre, que me crío, es una desarraigada por cuenta propia y no me transmitió ningún sentido de pertenencia. Soy el primer santiaguino de mis familias, entonces cuando los fines de semana jugaba a la pelota con mi hermano y mis amigos de Copequén, éramos los de Santiago. Lo mismo que en mis muchos inviernos y veranos en la región de Aysén, los niños de Santiago. Por otro lado, he tratado de creerme el cuento de ser santiaguino, y creo que en cierta medida lo he logrado, pero a estas alturas de mi vida tengo que aceptar que la ciudad es un error. La idea de una gran ciudad, un hermoso y terrible error. O quizás sólo sea una idea obsoleta, la megálopolis tenía más sentido antes de internet, eso seguro. Da para pensar. El primer capítulo de la serie animada de los Gnomos, que veía cuando niño, parte con una secuencia muy linda, en la que David cuestiona el sentido de las ciudades diciéndole al hombre “les encanta vivir juntos, muy juntos ¿qué les pasa? ¿es que tienen miedo?”. El otro día lo vi con mi niña, y me llegó. Parece claro que necesitamos poblar nuestro país cuan largo es. Y desparramarnos por costas, desiertos y montañas. Alejarnos. Creo que la distancia nos ayudará a repararnos y a respetarnos. Pero no soy de andar proclamando proyectos sociales. Partamos por casa, primero tengo que dar el ejemplo a mi hija y a mí mismo.

En una de tus primeras canciones, Ríos color invierno, dices: engañado por la poesía fue que anoche perdí a mi familia. ¿crees hoy que el oficio literario tenga relación con alguna clase de conflicto? ¿podría esto extenderse a la música?

El oficio literario-musical es bastante inofensivo, socialmente hablando. El ejemplo más a la mano que tengo es la cantidad de seguidores que tienen Los Prisioneros o Silvio Rodríguez. Gente que se canta todos sus temas y después anda a mazazos con el resto o de brazos cruzados cuando se puede echar una mano o bien prestando el cuerpo para cada bestialidad. O sea que es el receptor el que le da peso efectivo al mensaje.

En Nada cantas: olvido que la fiebre es la manera que tiene mi cuerpo para combatir la enfermedad y en una entrevista realizada por Cristóbal Bley el año 2013 mencionas la importancia de tu cuerpo como un instrumento que coordina el uso del tiempo a su antojo, ¿crees que este cuerpo, que sigue sus propias disciplinas y mandatos, influye en el modo en que las canciones son escritas? ¿sorprendes a tu cuerpo en las letras que escribes y en su musicalidad?

Todo es cuerpo. Tarde me he dado cuenta, pero más vale tarde…

 

Cristóbal Briceño (1985) es un músico inquieto. Trabajador incansable de la canción, se le conoce por ser el compositor principal de Fother Muckers, banda que luego renacería como Ases Falsos. Entre sus otros proyectos se encuentran los dúos Los Mil Jinetes (con Andrés Zanetta) y Dúo Niágara (con Juan Pablo Wasaff), y las bandas La Estrella Solitaria, Las Chaquetas Amarillas, y su proyecto solista.

La equilibrada sensibilidad melódica de sus composiciones, sumada a la diversidad como fruto de la colaboración con distintos músicos, hace de su carrera musical una interesante fragmentación de sonidos, donde la aproximación desde distintos imaginarios musicales está permitida.

Pasándose de paradero.

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Hermosa ruralidad de un sueño, Carlos Hernández, Editorial Doña Tungo, 2008.

Hace un año Carlos Hernández me regaló su poemario. Me gustaría escribir que tardé todo este tiempo en leerlo, pero no fue así. En un mes lo tenía leído y conversado con mi amigo Benjamín (gracias a quien conocí a Carlos). ¿Por qué la demora entonces?, sin culpar al contexto, ni al tiempo u horarios, me culpo cabalmente de perderme en él. Leerlo una vez, luego dos, tres y hasta cuatro.

Es que la poesía de Carlos Hernández nos hace caminar por la orilla y el centro. Damos tumbos por el camino y nos encontramos a nosotros mismo leyendo uno o varios versos nuevamente. Me gusta como Ricardo C. Herrera declaró que “la poesía de Carlos es una vasija llena de agua esperando a quebrarse frente a nuestros ojos”. Lo es, sin dudas, pero agregaría que es el lector quien decide si se quiebra y disfrutamos aquello o si gozamos conteniéndola hasta más no poder.

El poemario contiene aproximadamente cincuenta y nueve poemas, los cuales se reparten entre las diversas subdivisiones que presenta éste. Nombro a la rápida algunas: Rayar el agua, La hermosa ruralidad de un sueño, La rebelión de los santos, Anzuelo, Paisajes de micro, Transeúnte desprevenido, La ciudad, Los malditos se bajan del bus. Intentaría explicar cada una pero dudaría sobre lo leído y tomaría el poemario una vez más. Claro está que nada en realidad queda claro, las temáticas confluyen unas con otras y se entrelazan de manera pasajera pero a su vez continua, es que Hernández lo logra; crea su propia realidad. En ella genera imágenes que nos recordarán a Teillier, le guiñe a Vallejo y Juarroz, conversa con Pessoa o se escabulle criticando y filosofando como lo haría Lihn.

Al reseñar este poemario, como dice Carlos “yo; repito, reitero, redundo/ mi canto no es mío/ ni nuevo el silencio de las cosas.”, y estoy en esa constante oscilación de reescribir lo ya indicado por otros, pero (y solicito que hagan el ejercicio) leer este poemario es subirse a una micro, pagar el pasaje, pasarse de paradero hasta perderse y no bajarse nunca tan solo para disfrutar de esa sensación.

No escribo esto para pagar una deuda por el “aniversario” del regalo otorgado por Carlos, muy por el contrario, solo quiero seguir debiendo aún más. Para ello termino con este poema (ubicado en Rayar el agua, primera sección de este poemario) que no podía dejar fuera por diversas razones: su construcción, la imagen proyectada, el lenguaje utilizado, un motivo poético claro, y así puedo continuar o incluso analizar verso por verso. No obstante, leerlo es la única respuesta certera al por qué de mi elección.

«ELLA»

Ella es un durazno fugaz

cayendo en mis manos indignas

 

Esto va

para todos los que <<saben>> amar

la contradicción de mi naturaleza

 

Humana la deseo

cuando la tengo lejos

entrar en su carne

que se siente como yo

quemando la mía suya.

 

Por Ítalo Rivera.

 

Mundial de Problemas

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Mantra de Remos, Germán Carrasco,  Alquimia, 2016.

La genialidad te exime de la moral y el trabajo. Por eso, aquellos que más les cuesta la vida la buscan, es un refugio. En Mantra de Remos se encuentra la tensión de quien deja ir ese deseo y se dedica al arte de la atención — filmar o cuidar las plantas — y quien se adhiere a el y busca producir la idea con sensibilidad y elocuencia.

Mantra de remos es sobre la adecuación a un ritmo que permite coordinar afectivamente la acumulación de información sobre el espacio político, historias íntimas (recuerdos), observaciones, proyecciones, victorias morales, aprendizajes espirituales y todo aquello que pueda caber en un poema y en el día a día de cualquier persona: el libro es un camino para activar estos elementos con el fin de mover esas aguas para que emerja cierta evocación característica a la que reaccionamos /buscamos tan bien los lectores de poesía.

Los poemas que sirven a la mera referencialidad, al punto de vista ya masticado y que no expone sus principios al laboratorio del proceso de escritura te hacen perder el ritmo de los remos sobre el agua, que claro, no es un ritmo es un mantra, por lo que extraviarlo es más profundo.

Pero en este ir y venir de personajes los cuales declaran, se transforman o abandonan en el siguiente poema. Arrastra  durante la lectura una  densidad que le otorga libertad a las posibilidades de representación. Es decir, una base solida donde se puede acudir mediante la atención a diferentes texturas, elementos, textos. Aunque ningún poema se destaca muy por sobre otro es cómodo mantenerse en el libro.

Volviendo a nuestro punto de partida, tensiones, esquizofrenias: quien se repliega para meditar y atender sin pretensión la aparición y desaparición de partículas subatómicas contra el que avanza para indicar rotundamente cual es su código moral. Quien hace uso de los recursos provenientes de la más experimental tradición poética contemporánea contra quien escribe poemas intuitivos con chilenismos y sin  — si es posible— referentes culturales. Quien persigue su tranquilidad a través de la reflexión medida en base a la elegancia y precisión, contra quien se complace en el poema.

Estas contradicciones permiten trasparentar que el poema está escrito por una mano humana (salvo en Mario Bellatin). La cual, como el sujeto, está imbricada en procesos políticos, históricos, estéticos; flujo y devenir de ideas y reacciones cambiantes al reservorio de las experiencias públicas y privadas, la escritura no demanda tanta consecuencia como honestidad. El deseo articula estas dos dimensiones —íntima y política—  a través del ejercicios de escribir que tiene por resultado un particular imaginario.

Un ejemplo: la horizontalidad de registros léxicos donde el criterio para aunarlos es lo pragmático, lo que se puede escuchar o leer en un día cualquiera. Pienso en quien va leyendo en el metro a Ramiro Calle y se detiene en la palabra Zafu, cuando se le cuela un buena choro por el oído izquierdo y quién sabe que más. ¿Si estas palabras se cruzan en un vagón, por qué en un poema no?

Tras el rastrillo de una primera lectura estos elementos que quedaron, pero clara es la densidad del libro, con mucho material para abrir, profundizar y cerrar discusiones, un prisma para observar desde múltiples ángulos.

Por Gaspar.

Álbumes que nunca completamos

Portada-CAMAROTE-FINAL

Camarote, por Nicolás Meneses

Ediciones Balmaceda Arte Joven. Santiago de Chile, 2015

“Camarote” es un libro de la errancia representada en dos hermanos y en su pueblo. Imágenes de un poblado que tiene como pilares la llegada y el asentar aparente. Rodrigo Hidalgo nos dice en la contratapa: “el olor a tierra mojada de un suburbio previo al imperio del cemento, donde aún es posible robarse las frutas de la parcela vecina”, pero el suburbio es necesariamente deudor de la ciudad, del centro frente al cual se constituye como suburbio. Es así que Linderos tiene, paradójicamente, su origen en Santiago, en una figura de autoridad ajena al habitante del territorio. Replico los términos que usa Meneses en el mejor poema del libro: Linderos es un nombre inventado, poblado, sembrado y bautizado, completamente ajeno a su propio nacimiento. Los hermanos protagonistas son un reflejo de esa soledad, de ese exilio fundamental dado por el nacer. El pueblo es ante todo un rastro del desplazamiento y de los desplazados, un vivir afuera de, un habitar ese margen como distancia, con pies nunca puestos definitivamente sobre la tierra.

La ausencia de los padres (también la ausencia de una tierra para sentir propia, figura materna) expresa la obligación del viaje. El nomadismo es una condición dada por la orfandad, no tanto desprendimiento como búsqueda, y de él hay evidencias a lo largo del poemario: desde la mención literal de la palabra, pasando por la esporádica y misteriosa aparición de la casa rodante, hasta el hermano menor observando en los automóviles de la carretera al hermano ausente y, claro, también la posibilidad del propio viaje. La orfandad se relaciona íntimamente con el desplazamiento, así como en la novela de Gorki “Días de infancia”, la muerte del padre anula a la madre como figura y acerca al niño a su abuela. Este inesperado fallecimiento obliga a un viaje por el Volga hacia la casa del abuelo, la próxima figura paterna, y es fundamental en tanto aúna la muerte del hermano pequeño (Máximo, de quien Gorki tomará el nombre), el primer acercamiento entre nieto y abuela dado por el camarote, y las toscas maneras de los marineros, que son un preanuncio de gran parte de las figuras masculinas en el resto del libro. “Camarote” comenta y amplía, sin quererlo, los primeros capítulos de “Días de infancia”. Mientras Meneses ve en la carretera la ausencia del hermano y de los padres, Gorki lo hace en el Volga, con un hermano y un padre muerto.

El título de la primera sección del libro, “Programa piloto” responde a la experiencia visual del poemario, a la influencia de la televisión en las formas de expresión. Pero también da cuenta de un estado preliminar, de prueba, de vida aún no comenzada, infancia como introducción al dolor de un país entero y, a la vez, culminación de un proceso político que se desconoce; los hermanos son, como dice Jaime Pinos, “los hijos del país ganador, esa ficción, esa soledad”. Sintomática es la “Canción del camarote”, el hermano mayor temeroso de la altura de la cama, los pies que firmemente caen sobre la alfombra, la infancia precipitándose hacia una certeza que no es tal.  Niño exhausto por haber asumido la paródica posición de pater, el hombre de la casa, el padre de familia (el abuelo de “Días de infancia”) delimitado por la cultura dictatorial y reafirmado por la transición. Hombre disminuido que está  prefigurado en el niño empujado hacia esa adultez.

El protagonismo se juega en un plano ajeno al de los personajes, las decisiones ya están tomadas, Linderos ya está fundado, hay una soledad concertada hace mucho. Y lo que queda no es tanto esencia como diferenciación negativa; en su crítica al libro, Patricio Contreras dice: “(Nicolás Meneses) nos cuenta que Buin no es Santiago”. Poco más puede decirse de los hermanos, o del territorio descrito. “Camarote” funciona muchísimo mejor como retrato de un margen difuso que como postal conmovedora de la relación entre dos hermanos y su abuela, que es un aspecto destacado por todos los que han escrito respecto al libro. En ese sentido es que afirmamos que lo escueto de cada frase potencia, a partir de lo no dicho, la idea de una marginalidad que tiene como esencia el “no ser”, antes que la belleza de las imágenes afectivas. Lo más débil del poemario está en lo meramente anecdótico, en la conformación de intimidad a partir de situaciones complacientes con una experiencia infantil en particular, y que resultan ineficaces al momento de reflejar las relaciones familiares y el protagonismo del entorno. Poco más que una seguidilla de escenas claramente identificables con la infancia y con nuestra generación. El estilo, a pesar de su aparente objetividad suele ser inestable: no se resiste a indagar por momentos en un lirismo caprichoso y poco feliz, que resulta ser evidencia de una voz que no se basta a sí misma para la representación de los hechos. Quizás la sección más deslucida del libro es la segunda, “A través del espejo”, que cae en los aspectos más débiles del estilo de Meneses: la prosa poética, por un lado, muchas veces sobrecargada,  y por el otro, la anécdota que tiene en gran parte a la televisión como centro. Ambos matices se retroalimentan; por un lado el relato referencial en torno a la pantalla y, por otro, imágenes del barrio transmitidas “a través del espejo” televisivo, deformadas por el ornamento. En ninguno de los dos casos se logra alcanzar la serenidad cruel de la voz infantil, que es propia de los mejores momentos del libro, tanto en su expresión narrativa como en el poema final, que bebe de la misma inteligencia en el uso de recursos. Este estilo funciona para retratar la pavorosa medianía de una existencia no empujada a la violencia extrema (al contrario de la novela de Gorki), pero que se sumerge en una cotidianeidad fragmentada y errante, insípida. En cambio, el estilo falla al delinear escenarios y personajes, al intentar nutrir de relevancia a ciertos fragmentos. “Camarote” es, con todo, un libro que invita a pensar la posición de cierta generación respecto a la continuación de la dictadura, la renombrada, el neoliberalismo sin Golpe a la vista, difuminado por una desvinculación temporal esencial, que solo puede sobrellevarse con la madurez; es este el retrato de las ruinas, de las siluetas que surgen cuando el polvo se disipa.

Por Rafael Cuevas Bravo

¿Por qué se vienen a morir los pájaros?

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Trinaje, Carmen Martin, Editorial Cuneta, 2013.

“Todo nacimiento es una forma de extrema resistencia”

Carmen Martin

Encontrarme con este poemario fue un juego de “casualidades”, que más bien desde mi escepticismo llamaría causalidades del todo. Mientras en una librería amiga revisaba el sector de “editoriales independientes” tomo Trinaje, rasgo el plástico (se encontraba cerrado al vacío) y lo ojeo a la rápida mientras noto que entran turistas argentinos. Le digo al dueño: “tiene un aire a Pizarnik”, (una idea vaga, construida desde la fotografía que presenta a Carmen Martin y una especie de burla, aludiendo a quienes llegaron apresurados por comprar) ante aquello saltan todos los visitantes extasiados por el apellido mencionado y por la llamativa portada a la cual nos acostumbra esta editorial. Me piden leerlo, algunos intentan comprarlo, pero al ser el último no transo, les hablo de otros autores, junto al dueño de la librería les vendemos algo de Vicente Huidobro, Elvira Hernández y  Armando Uribe. Sé que con aquellas ventas gano descuento en mi compra, lo pago y me voy.  

Ahora viene la causalidad: leo y siento ciertos atisbos a la argentina mencionada, luego recuerdo y encuentro un punto de unión entre ambas: La carencia, poema de Alejandra Pizarnik: “Yo no sé de pájaros,/ no conozco la historia del fuego./ Pero creo que mi soledad debería tener alas.”

Trinaje es el sonido de la autora ante un proceso de (re)descubrimiento, creación y composición de sí misma, aunque a diferencia de Pizarnik, la soledad y evolución del estado de Martin no necesita de alas, pues el movimiento es otorgado por el ritmo de las aves, su trinar y la danza que en algún punto la llega a fracturar.

El ambiente le es difuso, pues quizás se originan a la par, mutan en conjunto y lo único reconocible en el paisaje es el canto de los pájaros. Carmen Martin da con lujos de detalles las aristas del proceso mismo, de “niña” hasta “mujer” y viceversa. Es Tomás Harris quien declara: Es, apenas niña, bruja, sacerdotisa, puta sagrada, hija violada, súcubo condenado desde su condición”  y son estos los estados en los que encontramos a la autora desenvolverse cabalmente durante el desarrollo de sus poemas, obviamente en pos de la transmutación.

El libro se divide en tres partes, Contradanza: compuesto de nueve poemas que vislumbran un curso y trayecto indefinido pero que busca ser observado, Sisalia, catorce poemas que relatan sin necesariamente narrar lo sucedido y Niñas rotas, un juego de situación e instrucciones que destaca en demasía.

Podríamos pensar que Carmen Martin en este poemario, sin miedo a ser polluelo y no saber aletear aún, se lanza del árbol al vacío y emprende vuelo de manera magnánima. Pero no, en realidad ella siempre tuvo al ave en sus manos, esperando a permitirle el vuelvo a su gusto y controlando su trinar, o quizás, no lo suelta debido al miedo a ver morir a ese pájaro, sentirse perdida y desaparecer. Cierro con lo que ella menciona:

“y el pájaro cae

como una tijera se cierra

o una piedra en la cama así cae

y yo

me diluyo.”

Por Ítalo Rivera.