El lugar vacío luego

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Los Bigotes de Mustafá, por Jaime Pinos

Libros La calabaza del diablo, Ediciones Caligrafía Azul Ltda: 1997.

    Si quisiéramos leer esta novela o cualquier otra como una mezcla de soluto y solvente, donde el soluto es la idea, la experiencia, una propuesta discursiva particular, aquello que a fin de cuenta motiva la escritura. El solvente, todas las peripecias, recursos, soluciones que exige el proceso de escritura, que diluye, amplifica vuelve homogénea esa materia prima la sitúa a merced del lector. Podríamos decir que los Bigotes de Mustafá es una novela única, no me refiero a mejor que otras, no es mi intención valorar en esos términos, más bien, a que es una novela que no podría escribirse de nuevo.

No podría escribirse de nuevo porque su soluto es fiero, consiste en un cúmulo de experiencias de un grupo de amigos, presentadas como autobiográficas y desarrolladas a partir de una libreta de notas. Es un trabajo constante y tranquilo de documentación del día a día, sin ansiedad, sin querer hacer aparecer una novela de la nada y sostenerla a través de un estilo impostado y nostálgico. El estilo de la novela está dado por la vivencia, por la necesidad de evocar aquella oralidad que marca los momentos que cobijan en un país erosionado por la dictadura. Esa es la otra parte del soluto, la confusión a boca de jarro en que se encuentra el país cercano al plebiscito. Estos procesos inversos del fin de una dictadura y el comienzo de la juventud de los personajes, (los jóvenes tienen casi la misma edad que el gobierno) es una contracorriente que permite sentir valor y horror a la vez. Como no se me ocurre que más decir cito a Juarroz:

Empujar el parpadeo de lo que se sabe

como el niño empuja su juguete hasta el borde de la mesa

y lo deja caer sin porqué,

quizá para jugar con su lugar vacío.

El personaje escritor de la novela narra como ha empezado muchas novelas pero esta es la que realmente va a terminar, empuja lo que sabe porque lo sabe, tal como dice Juarroz, lo que conoce hasta acabar el sustrato, hasta poder dejar el escritorio limpio de toda la vivencia significativa, lo que sea materia de goce, aquel momento al que se quiere retornar para poder volver a jugar con ese lugar vacío.

Diario de lectura: Probablemente William Carlos Williams no se refería a esto cuando dijo la realidad es la medida, pero en un momento al escriba le regalan una libreta para que tome notas  sobre el grupo, sin pensar que sería alguna vez una novela, lo que cabe en esa libreta es la realidad, lo que el lenguaje puede realizar con pericia en ese espacio es la realidad, aquello que se enfrenta y toma forma.

Gaspar Peñaloza

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